Wednesday, April 2, 2008

Después de la Pascua



Padre Juan Linares SDB - 4/2/2008
La celebración de la Pascua se puede quedar en un entusiasmo de un momento que luego va desapareciendo y volvemos a la rutina y a la mediocridad en la vivencia de la fe que tenemos.

Podemos ser mediocres discípulos de Jesús, que incluso pueden llegar a desencantarse, desilusionarse y dejarse tentar por el abandono de “nuestras prácticas de fe”, instalándonos en una vida que aunque no renuncia a la fe, no tiene la fuerza para transformar la propia vida y la de la sociedad.

Es necesario el encuentro con el Resucitado que nos sacuda y nos ayude a superar nuestras dudas y mediocridades, que nos explique y nos haga comprender las Escrituras y nos enseñe a leer el plan que Dios tiene para nosotros. Pues hemos de recuperar la esperanza, la alegría y la pasión para que pongamos nuestras vidas a trabajar en la construcción de una sociedad de justicia, fraternidad, libertad y amor.

Cuando nos encontramos con Jesús Resucitado nos regala los cinco dones pascuales que Él prometió a la comunidad: la paz, el gozo, la misión a realizar, el Espíritu Santo y el perdón de los pecados.

El primer don es la paz. Es el saludo que da el Resucitado cuando se encuentra con los discípulos. “Les dejo mi paz, les doy mi propia paz”. Una paz que es la plenitud de los bienes del Reino. Una paz que sabe pagar el precio de la justicia. Una paz que debe ser objeto de la educación.

El segundo don es el gozo. Una alegría que es participación de la misma alegría del Resucitado. Esta alegría tiene su origen en el amor. La paz y la alegría florecen solamente en la libertad y en el don de sí mismo. El tercer don es la misión. La misión de los discípulos continúa la que Jesús ha recibido del Padre, en ella encuentra su modelo y su origen.

A través de la misión se ejerce la obediencia en el cumplimiento de la voluntad de Dios y esta misión es anuncio de salvación, especialmente para los pobres. El cuarto don es el Espíritu Santo. Es imposible cumplir la misión si no se posee el Espíritu. Cuando los discípulos encuentran hostilidad y se ven expuestos a la duda y al desánimo, entonces necesitan seguridad y el Espíritu se la dará.

Con el Espíritu es posible programar y realizar la misión. El quinto es el perdón de los pecados. Es un don que se imparte en la Iglesia y mediante la Iglesia. La Iglesia se presenta como comunidad de salvación, denunciando y oponiéndose al pecado y acogiendo al pecador arrepentido. El pecado es la opción fundamental contra la verdad y el amor.

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